El día anterior al reparto de las notas, a veces antes a veces después de preparar el álbum del trimestre, en el colegio tenemos por costumbre realizar una tarea de autoevaluación. Esta autoevaluación de nuestra actividad docente no la llevamos a cabo nosotros: la hacen nuestros alumnos.
Se trata de un pequeño escrito donde ellos son libres de expresar lo que desean. Consiste en una pequeña reflexión sobre cómo ha ido el trimestre: qué se esperaban de él, dificultades que han encontrado, aspectos que les gustan o que cambiarían, asignaturas en las que disfrutan, otras en las que se aburren, profesores que «les tienen manía»…
Para ellos es, también, la oportunidad de contar algo que de otra manera no se atreverían. Un conflicto personal, un problema familiar…
El resultado de la reflexión suele ser una evaluación simple de las distintas asignaturas. «Me gusta Educación física porque hacemos juegos», «matemáticas me gusta porque se me da bien», «tengo que mejorar en inglés»…
Pero entre las obviedades* siempre hay hueco para encontrar algo que te llama la atención. Un «no me gusta suspender porque mi padre se enfada mucho», «en inglés me gustaría hablar más inglés y menos en español y que mandara menos deberes», «me gustaría hacer más excursiones», «me gustaba más mi anterior profesor porque explicaba mejor las ciencias»…
Estos son algunos pequeños comentarios que no hay que dejar pasar. Pequeños tirones de orejas que nos hacen aterrizar y no olvidar para qué y con qué trabajamos todos los días. Es una actividad sencilla que nos puede da mucha información. Aunque mis compañeros la realizan al finalizar cada trimestre yo prefiero hacerla sólo al final del primer y al acabar el curso.